Entre los prejuicios y el título castellano (en inglés es un simple Bound), Lazos ardientes lo tenía fácil para caer en la casilla de película subida de tono. Además, la trama no ayuda demasiado: dos lesbianas que deciden robar el dinero del marido de una de ellas y darse a la fuga. En resumen: lesbianas sensuales, amantes y traicioneras. Tópico al poder.
Jennifer Tilly y Gina Gershon protagonizan Lazos ardientes
Pues no. Nada más lejos de la realidad. Lazos ardientes no solo tiene poco que ver con lo que aparente, sino que además es una muy buena película de intriga, amor y pasión. Es además un claro ejemplo de revisión del cine negro y el primer trabajo de los hermanos Wachowsky, cuya siguiente película sería nada y más y nada menos que la mítica Matrix (1999).
Las dos protagonistas de Lazos ardientes son dos mujeres dispuestas a salir adelante por sí mismas y a no dejarse dominar por el opresivo mundo de los hombres. Corky acaba de salir de la cárcel y se encuentra con Violet, un ama de casa aburrida y harta de los secretos de su marido, un desagradable gánster. Se inicia entre ambas un fascinante juego de seducción que, da paso a una de las escenas más sensuales de la historia del cine. No en vano consultaron los directores a la consultora Susie Bright para que coreografiara la escena.
Pero el verdadero juego da comienzo cuando ambas se embarcan en la misión de robar el dinero del gánster y dar un giro a sus vidas. Ese dinero les pertenece a ellas tanto como a cualquiera, piensan. Corky es la experta y Violet la clásica femme fatale, y ambas se complementan a la perfección tanto en el terreno personal como en su difícil misión. Finalmente, Corky pregunta a Violet: “¿Sabes la diferencia entre tú y yo?”; “No”, responde ella. Y ¿cuál es la respuesta de Corky?: “Yo tampoco”. Violet y Corky tienen el mando de sus vidas.
Crítica de Juan Roures