Cine Gay. Películas gays

Crítica de Morgan, 2012


Morgan es la segunda película del director Michael D. Akers tras la mejorable Desaparece pero no se olvida (2003). Ambas películas tratan del tema de la enfermedad en el mundo gay, pero Morgan muestra un avance importante, pese a que el director está lejos de haber alcanzado la madurez artística, algo que los constantes fallos de raccord dejan claro. 

Pero centrémonos en la historia, que es muy interesante. Morgan recibe su título de su protagonista, un joven homo que ha quedado parapléjico de cintura para abajo tras un accidente en una competición de bicicleta. Morgan ya no puede hacer lo que más disfruta: competir; y eso le debilita por dentro más de lo que lo está por fuera. Además, las piernas no son lo único que ha quedado debilitad: su miembro apenas responde, en una demostración clara del sentimiento de pérdida de hombría del protagonista.

Morgan, 2012, película gay, imagen 1

Así, Morgan nos presenta una historia de un protagonista gay nada tópico. Se trata de la la crisis de una persona que, de la noche a la mañana, pierde su principal motivo de existencia. El protagonista, bien encarnado por Leo Minaya, hace lo posible por ser positivo. Pero no es fácil, especialmente cuando todos le recuerdan lo afortunado que es de seguir con vida. Aparentemente, Morgan solo quiere volver a ser tratado como una persona normal, pero su subconsciente le incita a ser una víctima.


“Nunca doy las gracias”, afirma Morgan en un momento de debilidad, cuando se ha dado cuenta de que la discapacidad no le da derecho a tratar mal a las personas que le quieren: su madre, su mejor amiga y Dean, un chico que conoce en la cancha de baloncesto. Dean es también gay y acaba de perder a su madre tras una larga lucha contra el cáncer que le ha dejado marcado. Al contrario que Morgan, el cuerpo de Dean no presenta resquicios del sufrimiento vivido, pero éste todavía late en su interior. 

En Dean, Morgan halla el apoyo que nunca esperó. Encontrar el amor en su situación parecía imposible, pero Dean le muestra que estaba equivocado. Ambos disfrutan de momentos felices en los que los dos logran olvidarse de aquello que los ha marcado, sea física o psicológicamente, y volver a ser dos jóvenes con toda la vida por delante y ganas de vivirla.

Crítica de Juan Roures

Felix Redondo